Kairós: educación para una nueva sociedad

Publicado por Kairós en

Ana Lucía Gazzola


La realidad vivida hoy en todo el mundo no ha revelado nada nuevo en relación a los enormes desequilibrios existentes, pero los ha evidenciado de forma contundente. Claramente no podemos más ignorarlos. Más fuertemente que en cualquier momento vivido por nuestra generación, se viene necesario reflexionar sobre qué sociedad queremos en el futuro, qué cambios hay que procesar con urgencia en el presente, qué ideas fuerza hay que discutir de manera sistemática y colectiva para ampliar su ámbito y por lo tanto impactar la realidad. Central al debate es identificar las acciones que se hacen necesarias hoy y en el futuro. Porque no me cabe ninguna duda de que lo que hagamos hoy – o lo que no hagamos – va a contribuir para conformar el futuro y para crear sus condiciones de posibilidad. La pandemia ha acelerado cambios de paradigmas que se venían diseñando pero que han tomado un sentido de urgencia, cuando nos hemos imprevistamente sido puestos en una situación jamás pensada. El aislamiento social nos ha confrontado con la necesidad inmediata de revisitar modelos y estrategias no solamente en el campo educativo sino en las variadas formas de interacción social. Cambios que se desarrollaban de manera más o menos rápida han adquirido una velocidad asustadora, y hemos tenido que abandonar nuestras zonas de confort como educadores y seres humanos. La vida nos está testando, y valores de la educación para el siglo XXI que ya discutíamos pero implementábamos en marcha lenta, como adaptabilidad, creatividad, respuesta a problemas, trabajo en red y liderazgo, para mencionar unos pocos, han entrado en el orden del día como necesarios a nuestra sobrevivencia.

Es en ese escenario, con el avión en pleno vuelo, que tenemos que hacer cambios para enfrentar las urgencias de nuestro momento pero igualmente para movernos en dirección a un futuro caracterizado por indefiniciones e incertidumbres. Más que nunca el lema de Kairós se hace presente: tendremos que hacer el camino al caminar. Y trabajar para que el supuesto mundo nuevo se construya en la dirección que nos parezca correcta, y de eso no estoy segura. Quiero creerlo pero siento miedo de que el mundo no refuerce los aciertos e insista en errores que nos alejen todavía más de nuestra humanidad, y que nos hagan revelar no lo mejor pero lo peor de nosotros. Pero hay que luchar por la esperanza, y Kairós debe ser uno de nuestros instrumentos en esa lucha.

¿Por qué tengo miedo? Porque soy brasileña y vivo ese tempo en ese lugar. El mundo que quiero en el futuro — y lo quería también en nuestro presente — sería en muchos aspectos contrario a lo que vemos hoy en mi país, pero no solamente en Brasil, en que se ha procesado un retroceso en el proceso civilizatorio: presenciamos ataques sistemáticos a la democracia, a la independencia de los poderes, desunión y confronto entre los poderes de la Republica, falta de respecto a derechos fundamentales, ausencia de empatía y solidaridad en relación a las consecuencias de la pandemia, desprecio por el conocimiento y la Ciencia, radicalización de las asimetrías sociales. Nuestra sociedad parece haber perdido, por lo menos de parte de algunos de sus dirigentes, el sentido de la diversidad y del diálogo. Hay una sistemática polarización del cuerpo social, generando rupturas, como si democracia fuera “concordar con la posición de quienes dominan” y no el equilibrio de los disensos en nombre de los intereses mayores y republicanos de la sociedad, de la res pública. La pandemia ha radicalizado todo eso, que ya venía de antes, y ha evidenciado de manera mucho más clara las desigualdades sociales que marcan nuestra realidad pero que de alguna forma perversa se habían naturalizado. En el campo de la educación superior, desde el año anterior al actual gobierno, hemos visto una campaña sistemática para devaluar la Universidad pública. Acciones policiales brutales han atingido varias universidades federales y sus dirigentes. Pero, en ese aspecto, la pandemia ha cambiado la percepción de la sociedad sobre esas universidades, que están en la línea de frente del combate al coronavirus, fabricando respiradores y equipos de protección individual, productos de limpieza, testes, haciendo investigación sobre vacunas y medicamentos, actuando en la asistencia con sus hospitales universitarios, colaborando con los gobiernos locales, haciendo estudios y modelos matemáticos y desarrollando proyectos sociales. Saldremos fortalecidos, pues la sociedad se ha dado cuenta de que solo la Ciencia tendrá las respuestas. Y es de las universidades e institutos públicos que viene el 94 por ciento de la investigación en Brasil.

¿Qué sociedad debemos promover ahora y en el futuro? Una sociedad de derechos en que la Ciencia, la Tecnología y la Política estén a servicio de todos y todas, en que los consensos se establezcan pero con respeto a aquellos que llamamos de minorías, un mundo en que la tecnología nos una como lo está haciendo ahora y no nos aleje como antes, cuando muchas veces nos cerraba en microcosmos individuales sin un sentido de pertenecer a lo colectivo. Una sociedad en que haya una conectividad real entre las personas, en que una ética restaurada exprese valores de empatía y solidaridad, en que exista la comprensión de que el acto individual impacta lo colectivo, ya que somos, todos, partes de un continuo, partes de un mundo diverso y diferenciado, pero común a todos. Creo que esta es la principal lección que nos deja la pandemia. Espero que hayamos aprendido como humanidad, no solo como individuos.

Las bases de ese mundo quizá nuevo deben ser el respeto al otro y al medio ambiente y un sentido de cohesión social y de una colectividad transfronteriza. En ese mundo, debemos buscar la superación del inmediatismo y consumismo exacerbados, y que la competitividad del sálvese el que pueda – individuos y naciones – deje lugar a una cooperación internacional solidaria que lleve el mundo a superar las brechas económicas, sociales y educativas existentes. Un mundo que genere condiciones para el pleno desarrollo de cada individuo al punto máximo de su voluntad, determinación y posibilidades. Un mundo en que personas proactivas, adaptables a cambios, creativas y capaces de enfrentar problemas, innovadoras y emprendedoras, actúen de manera ética y solidaria, y vean el mundo como nuestra grande casa. Políticamente, un mundo en que estados democráticos y transparentes asuman responsabilidad por políticas públicas de calidad e inclusivas, en que las libertades y derechos fundamentales estén garantizados para todos y todas.

El rol de la educación para construir ese mundo es estratégico. En los últimos años la educación venía pasando por un cambio de paradigmas. De una educación centrada en la enseñanza para una educación con foco en el aprendizaje; de una escuela hecha para los profesores para una escuela que busca la centralidad del alumno, de una visión del alumno como objeto para una comprensión de que él tiene que ser sujeto de su propio destino; en paralelo, un cambio en el rol del profesor, ya no más detentor de toda la sabiduría a ser transmitida pero como un guía, un mapa de ruta, una brújula para apoyar al estudiante, un filtro para ayudarle a navegar por un mundo de informaciones disponibles en las varias midia y que deben ser trabajadas, interpretadas y criticadas para transformarse en conocimiento. También el surgimiento de las nuevas tecnologías de comunicación e información impactaba crecientemente los procesos educativos, aunque muchos profesores se han mantenido en su zona de confort y no han utilizado tantos recursos ya disponibles.

Entretanto, en paralelo a esos cambios de paradigma más o menos acelerados en cada país, brechas educativas resultantes de las asimetrías socioeconómicas se iban tornando más visibles. En nuestra región y en otras partes del mundo, las privaciones y violaciones sistémicas de derechos han impedido avances de nuestras sociedades y de los sistemas educativos, lo que nos lleva a identificar brechas de diferentes tipos: brechas en alfabetización y letramiento, o en las competencias en lectura y escritura llegando a números como el 80 por ciento de estudiantes de tercer grado o incluso grados posteriores que no leen ni escriben con desarrollo adecuado, lo que se repite en letramiento matemático; brechas digitales cuando se sabe que el 51 por ciento de los hogares de nuestra región no tienen acceso a internet; brechas en conocimiento científico y tecnológico creando nuevas barreras de desarrollo entre los países. La pandemia, que nos ha hecho tener que recurrir a actividades pedagógicas remotas, ha evidenciado fuertemente los desequilibrios en condiciones y oportunidades entre nuestros alumnos. Redes enteras de educación básica están paralizadas y muchas universidades públicas no consiguen llegar a más de 75 por ciento de sus estudiantes por medios distintos. Falta de conectividad, dificultades de acceso, ausencia de una cultura digital entre profesores y alumnos, todo eso pone en relieve el carácter excluyente de la educación en muchos de nuestros países. Así, se ve que no ha sido suficiente la universalización o casi de la educación básica. Hay serios problemas en cuanto a calidad, inclusión y relevancia que es urgente solucionar.

Una primera urgencia que tenemos, y que los países desarrollados ya han superado, es implementar acciones para garantizar que todos los estudiantes aprendan lo que tienen que aprender en el tiempo correcto, con foco en lenguaje y matemática como ejes estructurantes y condiciones de posibilidad de los demás aprendizajes, y, de forma intensiva y masiva, trabajar para superar las brechas digitales, garantizando conectividad, acceso, capacitación de profesores y alumnos en el uso de plataformas y herramientas y elaboración de material pedagógico y aplicativos adecuados. Eso es necesario para que la educación del futuro sea realmente un híbrido de las modalidades presenciales y no presenciales, buscando sacar lo mejor de cada una de ellas para ampliar la capacidad investigativa y crítica del estudiante y su autonomía y creatividad, y también para, a través de metodologías activas, utilizar la presencialidad de manera a impulsar el crecimiento cognitivo y emocional del estudiante, teniendo el profesor como su tutor y mediador en el proceso.

Todo eso requiere una re-significación de currículos, pasando a un concepto de contenidos no como un fin en sí mismos, pero como medios para el desarrollo de competencias y habilidades, destrezas, actitudes y conocimientos. En un mundo en que las transformaciones se vienen cada vez más rápidas, hay que aprender a aprender y a aprender siempre y a lo largo de la vida. Debemos buscar una educación que asocie tecnología y humanización y reafirmar que las actividades remotas deben ser complementares a la educación presencial. Nada sustituye el papel del profesor, y hay dimensiones en la educación presencial que son imprescindibles. Aprender a convivir es una de ellas, porque la educación debe ser informativa pero también formativa. La escuela, y el proceso educativo, son y deben ser, principalmente en el escenario pos-pandemia, un lugar para que podamos entrenar la escucha, la convivencia productiva y el diálogo respetuoso, la tolerancia y la aceptación de la diversidad. La escuela es un espacio fundamental para que podamos aprender la interacción social, y una educación que reafirme derechos fundamentales. La ética, la empatía y la solidaridad son nuestra garantía de que podamos construir la sociedad que queremos. Para eso, la educación que necesitamos tiene que ser no solamente una educación de calidad pero además una educación de calidad social, o sea, inclusiva y garantizadora de equidad. Ningún estudiante puede quedar para tras: educación – y educación de calidad – es un bien público social y un derecho de todas y todos, como nuestra comunidad académica ha afirmado en las Conferencias Regionales de Educación Superior de América Latina y el Caribe de la UNESCO, en La Habana, Cartagena de Indias y Córdoba.

Aquí la palabra clave es autonomía tanto del punto de vista institucional, pues autonomía y libertad son condiciones para la producción de conocimiento, como autonomía del alumno, que debe ser el fin último del proceso educativo.

Educare quiere decir conducir con dulzura, para que todas las personas tengan la oportunidad de desarrollarse en la plenitud de sus capacidades. Fundamental en la educación que necesitamos para construir la sociedad que queremos es la dimensión de valores y del respeto a la alteridad. Ese respeto califica la iniciativa individual, permite aprender el ejercicio democrático del liderazgo y de la pro-actividad, el espíritu crítico y creativo, el raciocinio con libertad. La pandemia ha dejado el mundo en rodillas: hemos perdido de una vez nuestras seguridades y certidumbres. Hemos tenido que aprender que estamos todos, si no en el mismo barco, porque hay muchos tipos de barcos, pero, como alguien lo ha dicho, en la misma tormenta. Necesitamos una educación que nos impulse a ser innovadores y emprendedores, creativos y adaptables, proactivos y capacitados a enfrentar incertidumbres, pero que eso se haga reafirmando nuestra humanidad. La sociedad que queremos necesita una educación que nos permita revisar los errores ya realizados y evitar que realicemos nuevos equívocos y fallas.

Debe, esa educación, llevarnos a una nueva relación con nuestro ambiente, que no puede ser predatoria, pero sí basada en la sustentabilidad, como igualmente llevarnos a ver la actividad económica en la perspectiva de la justicia social, de una distribución más justa de los bienes materiales y simbólicos.

Al fin, una educación que nos conduzca a la búsqueda, siempre activa, de una sociedad mejor, más acogedora para todos y todas, y de una ciudadanía global con base en un humanismo universal. Sería ese un futuro en que la afirmación de la vida, de la felicidad y de la naturaleza sean las brújulas que nos dirijan a un puerto seguro. Así veo el sentido de Kairós: un movimiento hacia ese futuro.

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